Sí yo sé que ahora hay quienes dicen que fuimos unos hijos
de puta por lo que hicimos con el viejo Casale, yo sé. Nunca falta gente así.
Pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Pero habla que estar esos días en
Rosario para entender el fato, mi viejo, que hablar al pedo ahora habla
cualquiera.
Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días
anteriores al partido. ¡Y qué te digo “esos días”! ¡Desde semanas antes ya se
venía hablando, del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era lo que
era la ciudad! Claro, los que ahora hablan son esos turros que después vos los
veías por la calle gritando y saltando como unos desgraciados, festejando en
pedo a los gritos y después ahora te salen con que son... ¿qué son?...
moralistas... ¿De qué se la tiran, hijos de mil putas? Ahora son todos piolas,
es muy fácil hablar. Pero si vos vieras lo que era la ciudad en esos días,
hennano, prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra
cosa en los boliches, en la calle, en cualquier parte. Saltaban chispas, te
aseguro. Y la cosa arrancó con el fato de las cábalas. O mejor dicho, de los
maleficios.
—Hay que entender que no era un partido cualquiera,
hermano, era una final final. Porque si bien era una semifinal, el que ganaba
después venía a jugar a Rosario y le rompía el culo a cualquiera. Fuera Central
como Ñul, acá le hacía la fiesta a cualquiera. ¡Y cómo estaban los lepra! ¡Eso,
eso tendrían que acordarse ahora los que hablan al reverendo pedo y nos vienen
a romper las pelotas con el asunto del viejo Casale! ¿No se acuerdan esos
turros cómo estaban los lepra? ¿No se acuerdan ahora, mi viejo? Había que
aguantarlos porque se corrían una fija, pero una fija se corrían, hermano, que
hasta creo que se pensaban que nos iban a llenar la canasta. No que sólo nos
iban a hacer la colita sino que además nos iban a meter cinco, en el Monumental
y para latelevisión. ¡Pero por qué no se van a la concha de su madre! ¡Qué
mierda nos van a hacer cinco esos culosroto! ¡Así se la comieron doblada! ¡Qué
pija que tienen desde ese día y no se la pueden sacar!
Pero la verdad, la verdad, hermano, con una mano en el
corazón, que tenían un equipazo, pero un equipazo, de padre y señor mío.
Hay que reconocerlo. Porque jugaban que daba gusto, el buen
toque y te abrochaban bien abrochado. Estaba Zanabria, el Marito Zanabria; el
Mono Obberti ¡Dios querido, el Mono Obberti, qué jugador! Silva el que era de
Lanús, el albañil. ¡Montes! Montes de cinco; Santamaría el Cucurucho
Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo hay que reconocer, y la
lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la ruta a Buenos Aires, el
día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo no sé de dónde habían
salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe, para ese partido,
aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos fueron. ¡Lo que era esa ruta,
papito querido! Entonces, oíme, había que recurrir a cualquier cosa. Hay
partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No hay tutía. Entonces
si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que había que hacer cagar al
presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano. Hay partidos que no se pueden
perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te
refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No, mi viejo. Entonces,
ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente
enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la
iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia
porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no... te aseguro que me
confesaba y todo si servía para algo. Pero con los muchachos enganchamos con la
cuestión de las brujerías, de la ruda macho, de enterrar un sapo detrás del
arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de los jugadores de Ñubel y de todas
esas cosas que siempre se habla. Por supuesto que todas las brujas del barrio
ya estaban laburando en la cosa y había muñecos con camiseta de Ñubel clavados
con alfileres, maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja que no manya
mucho del asunto tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días, de ésos de
“Pilato, Pilato, si no gana Central en River no te desato”. Después la vieja
decía que habíamos ganado por ella, pobre vieja, si hubiera sabido lo del viejo
Casale, pero yo le decía que sí para no desilusionarla a la vieja.
Pero todo el fato de la ruda macho y el sapo de atrás del
arco eran, qué sé yo, cosas muy generales, ya había tipos que lo estaban
haciendo y además, el partido era en el Monumental y no te vas a meter en la
pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con treinta cadenas y no
te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me acuerdo que empezamos con la
cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que estábamos en el boliche
de Pedro y veníamos hablando de eso. Entonces, por ejemplo, resolvimos que a
Buenos Aires íbamos a ir en el auto del Dani porque era el auto con el que
habíamos ido una vez a La Plata en un partido contra Estudiantes y que habíamos
ganado dos a cero. Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando
a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito.
A ése lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ése.El Coqui iba a ir con el
reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda,
porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo
porque íbamos perdiendo y con eso empatamos.o sea, todo el mundo repasó todas
las cábalas posibles como para ir bien de bien y no dejar ningún detalle
suelto. te digo más, estuvimos parados en la tribuna en el partido contra
Atlanta para pararnos de la misma manera en el partido contra la lepra el
boludo de michi decía que él había estado detrás del Valija y el Miguelito
porfiaba que el que había estado detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso
estudiamos antes del partido, para que veas cómo venía la mano en esos días. ¿Y
sabés qué te lleva a eso, hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo,
hermano, el cagazo, el cagazo te lleva a hacer cualquier cosa, como lo que
hicimos con el viejo Casale.
Porque si llegábamos a perder, mamita querida, nos teníamos
que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el extranjero, te
juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos a perecer
esos refugiados camboyanos que se tomaron el piro en una
balsa. Te juro que si perdíamos nosotros agarrábamos el “Ciudad de Rosario” y
por acá, por el Paraná, nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé,
a Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su madre, pero acá no se iba a
poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos, mí viejo. Ya el
Miguelito había dicho bien claro que él se la daba, que si perdíamos agarraba
un bufo y se volaba la sabiola y te digo que el Miguelito es capaz de eso y
mucho más porque es loco el Miguelito, así que había que creerle. O hacerse
puto, no sé quién había comentado la posibilidad de hacerse trolo y a otra cosa
mariposa, darle a las plumas y salir vestido de loca por Pellegrini y no volver
nunca más a la casa. Pero, te digo, nadie quería ni siquiera sentir hablar de
esa Posibilidad. Ni se nombraba la palabra “derrota”.
Era como cuando se habla del cáncer, hermano. Vos ves que
por ahí te dicen “la papa”, o “tiene otra cosa”, “algo malo”, pero el cangrejo,
mi viejo, no te lo nombra nadie. Y ahí fue cuando sale a relucir lo del viejo
Casale. El viejo Casale era el viejo del Cabezón Casale, un pibe que siempre
venía al boliche y que durante años vino a la cancha con nosotros pero que ya
para ese entonces se había ido a vivir al norte, a Salta creo, lo vi hace poco
por acá, que estaba de paso. Y ahí fue que nos acordamos de que un día, en la
casa del Cabezón, el viejo había dicho que él nunca, pero nunca, lo había visto
perder a Central contra Ñul. Me acuerdo que nos había impresionado porque ese
tipo era un privilegiado del destino. Aunque al principio vos te preguntas,
“¿Cómo carajo hizo este tipo pata no verlo perder nunca a Central contra Ñul?
¿Qué mierda hizo? Este coso no va nunca a la cancha”. Porque, oíme alguna vez
lo tuviste que ver perder, a menos que no vayás a. los clásicos. Y ojo que yo
conozco muchos así, que se borran bien borrados de los clásicos. O que van en
Arroyito, pero que a la cancha del Parque no van en la puta vida. Y me acuerdo
que le preguntarlos eso al viejo y el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El
iba siempre, un fana de Central que ni te cuento, pero se había dado, qué sé
yo, una serie de casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Ñul
él no pudiera ir por un montón de causas que ni me acuerdo. Que estaba de viaje
por Misiones —el viejo era comisionista—; que ese día se había torcido un
tobillo y no podía caminar, que estaba engripado, que le dolía un huevo, qué sé
yo, en fin, la verdad, hermano— que el viejo la posta posta era que nunca le
había tocado ver un partido en que la lepra nos hubiera roto el orto. Era un
privilegiado el viejo y además, un talismán, querido, porque así como hay tipos
mufa que te hacen perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos los llevás
es número puesto que tu equipo gana. No es joda. Y el viejo Casale era uno de
éstos, de los ojetudos.
Entonces ahí nos dijimos “Este viejo tiene que estar en el
Monumental contra Ñubel. No puede ser de otra forma. Tiene que estar”... Claro,
dijimos, seguro que va a estar, si es fana de Central, canalla a muerte. Pero
nos agarró como la duda viste? porque nosotros no era que lo veíamos todos los
días al viejo, te digo más, desde que el Cabezón se había ido al norte a
laburar, al viejo de él no lo habíamos vuelto a ver ni en la cancha, ni en la
calle ni en ninguna parte. Además, el viejo ya estaba bastante veterano porque
debía tener como ochenta pirulos por ese entonces. Bah, en realidad ochenta no,
pero sus sesenta, sesenta y cinco años los tenía por debajo de las patas.
Entonces, con el Valija, el Colorado y el Miguelito decimos
“vamos a la casa del viejo a asegurarnos que va y si no va lo llevamos atado”.
Porque también podía ser que el viejo no fuera porque no tuviera guita, qué sé
yo. Nosotros ya habíamos pensado en hacer una rifa a beneficio, una kermesse,
cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era una bandera, un cheque al portador.
La cuestión es que vamos a la casa y... ¿a qué no sabés con
lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del bobo y que el médico le había
prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá vos. Nos sale con eso. Que no.
Que había tenido un infarto en no sé qué partido, en un partido de mierda
después que una pelota pegó en un palo, que había estado muerto como media hora
y lo habían salvado entre los indios con respiración artificial y masajes en el
cuore, que no había clavado la guampa de puro pedo y que le había quedado tal
cagazo que no había vuelto a ir a la cancha desde hacía ya, mirá lo que te
digo, dos años.
¡Hacía dos años que no iba a la cancha el viejo ese! Y no
era sólo que él no quería ir sino que el médico y, por supuesto, la familia, le
tenían terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le prohibían
incluso escuchar los partidos por radio, no sé si no se lo prohibían, para que
no le pateara el bobo, porque parece que el viejo escuchaba un pedo demasiado
fuerte y se moría, tan jodido andaba. Vos le hacías ¡Uh! en la cara y el viejo
partía. ¡Para qué! Te imaginás nosotros, la desesperación, porque eso era como
un presagio, un anuncio del infierno, hermano, era un preanuncio de que nos
iban a hacer cagar en Buenos Aires, mi viejo. Entonces empezamos a tratar de
hacerle la croqueta al viejo, a convencerlo, a decirle “Pero mire, don Casale,
usted tiene que estar, es una cita de honor. ¡Qué va a estar mal usted del
cuore, si se lo ve cero kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo que lo jodía
Miguelito— ¿cuántos polvos se echa por día? usted está hecho un toro”. Pero el
viejo, ni mierda, en la suya. Que no y que no.
Le decíamos que el partido iba a ser una joda, que Ñubel
tenía un equipo de mierda y que ya a los quince minutos íbamos a estar tres a
cero arriba, que el partido era una mera formalidad, que el gobierno ya había
decidido que tenía que ganar Central para hacer feliz a mayor cantidad de
gente. No sé, no sé la cantidad de boludeces que le dijimos al viejo para
convencerlo. Pero el viejo nada, una piedra el hijo de puta. Para colmo ya
habían empezado a rondar la mujer del viejo, madre del Cabezón, y una hermana
del Cabezón, que querían saber qué carajo queríamos decirle nosotros al vicio
en esa reunión, porque medio que ya se sospechaban que nosotros no íbamos para
nada bueno. En resumen que el viejo nos dijo que no, que ni loco, que ni
siquiera sabía si iba apoder resistir la tensión de saber que se jugaba el
partido, aun sin escucharlo. Porque el viejo los diarios los leía, tan boludo
no era, y sabía cómo venía la mano, cómo era la cosa, cómo formaban los
equipos, suplentes, historial, antecedentes, chaquetillas, color, todo. Nos
dijo más. “Ese día —nos dijo— bien temprano, antes de que empiecen a pasar los
camiones y los ómnibus con la gente yendo para Buenos Aires, yo me voy a la
quinta de un hermano mío que vive en Villa Diego”. No quería escuchar ni los
bocinazos el viejo. “Me voy tempranito a lo de mi hermano, que a mi hermano le
importa un sorete el fútbol, y me paso el día ahí, sin escuchar radio ni nada”.
Porque el viejo decía y tenla razón, que si se quedaba en la casa, por más que
se encerrara en un ropero, algo iba a oír, algún grito, algún gol, alguna cosa
iba a oír, pobre desgraciado, y se iba a quedar ahí mismo seco en el lugar. Así
que se iba a ir a radicar en la quinta de ese hermano que tenía, para borrarse
del asunto.
Muy bien, muy bien. Te digo que salimos de allí hechos
bosta porque veíamos que la cosa venía muy mal. Casi era ya un dato seguro como
para decir que éramos boleta. Para colmo, al Valija, el día anterior le había
caído una tía del campo y él se acordaba que, en un partido que perdimos con
San Lorenzo, esa misma tía le había venido el día antes. Era un presagio
funesto el de la tía.
Fue cuando decidimos lo del secuestro. Nos fuimos al
boliche y esa noche lo charlamos muy seriamente. El Dani decía que no, que era
una barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en el viaje, o en la cancha, y
después se iba a armar un quilombo que íbamos a terminar todos en cana y que, además,
eso sería casi un asesinato. Pero al Dani mucha bola no le dimos porque ha sido
siempre un exagerado y más que un exagerado, medio cagón el Dani. Pero nosotros
estábamos bien decididos y más que nada por una cosa que dijo el Valija: el
viejo estaba diez puntos. Había tenido un infarto, es cierto. Pero hay miles de
tipos que han tenido un infarto y vos los ves caminando tranquilamente por la
yeca y sin hacer tanto quilombo como este viejo pelotudo, con eso de meterse
adentro de un ropero, o no ir a la cancha, o dejar que te rigoree la familia
como la esposa y la otra, la hermana del Cabezón. Por otra parte, y vos lo
sabés, los médicos son unos turros pero unos turros que se ve que lo querían
hacer durar al viejo mil años para sacarle guita, hacerle experimentos y
chuparle la sangre. Y además, como decía el Miguelito y eso era cierto, vos lo
veías al viejo y estaba fenómeno. Con casi sesenta afios no te digo que parecía
un pendejo pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se sentaba, qué sé yo,
se movía. ¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con Cinzano y el viejo se
mandó su medidita, no te digo un vasazo pero su medidita se mandó. La cosa es
que el Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy, no me parece
descabellada. ¡El viejo era un curro, hermano! Un turrazo que especulaba con el
fato del bobo para pasarla bien y no laburarla nunca más en la vida de Dios.
Con el sover del bobo no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo de rey y —la tenía
a la vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él —viviendo como un bacan,
el viejo. Y... ¿de qué se privaba? De algún faso; que no sé si no fasearía
escondido; y de no ir a—la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía como
Carolina de Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el
Colorado se resolvió todo.
El Colorado nos habló de los grandes ideales, de nuestra
misión frente a la sociedad, de nuestro deber frente a las generaciones
posteriores, los pendejos. Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles
de pendejos iban a sufrir las consecuencias. Que, para nosotros y eso era
verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos jugados, que
habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos experiencias en malos
ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central, ésos, iban a tener
de por vida una marca en sus vidas que los iba a marcar para siempre, como un
fierro caliente. Que las cargadas que iban a recibir esos pibes, esas
criaturas, en la escuela, los iban a destrozar, les iban a pudrir el bocho para
siempre, iban a ser una o dos generaciones de tipos hechos bolsa, disminuidos
ante los leprosos, temerosos de salir a la calle o mostrarse en público. Y eso
es verdad, hermano, porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela
primaria, sobre todo.
Yo me acuerdo cuándo perdimos cinco a tres con la lepra en
el Parque después de ir ganando dos a cero, cuando se vendió el Colorado
Bertoldi, que todavía se estará gastando la guita, y te juro que yo por una
semana no me pude levantar de la cama porque no me atrevía a ir a la escuela
para no bancarme la cargada de los lepra. Los pibes son muy hijos de puta para
la cargada, son muy crueles. ¿No viste cómo descuartizan bichos, que agarran
una langosta y le sacan todas las patas? Son unos hijos de puta los pibes en ese
sentido. Y lo que decía el Colorado era verdad. Ahora todo el mundo habla de la
deuda externa, y bueno, hermano, eso era algo así como lo de la deuda externa,
que por la cagada de cuatro reverendos hijos de puta que empeñaron el país, la
tenemos que pagar todos y los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si estaba
en nosotros hacer algo para que eso no pasara, había que hacerlo, mi querido.
Además, como decía el Colorado, ya no era el problema de la cargada de los
pendejos futbolistas, está también el fato del exitismo. Los pibes ven que gana
un equipo y se hacen hinchas de ese equipo, son así, casquivanos. Son hinchas
del campeón. Entonces, ponele que hubiese ganado Ñubel y... ¡a la mierda! ...
de ahí en más todos los pibes se hacían de Ñubel, ponele la firma. Y no te vale
de nada llevarlos a la cancha, conversarlos, hablarles del Gitano Juárez o el
Flaco Menotti, ni comprarles la camiseta de Central apenas nacen. No te vale de
nada. Los pendejos ven que sale River campeón y son de River. Son así. Y en ese
momento no era como ahora que, mal que mal, vos los llevás al Gigante y los
pibes se caen de culo. Entonces, cuando van al chiquero del Parque, por mejor
equipo que pueda tener Ñul, los pibes piensan “Yo no puedo ser hincha de esta
villa miseria” y se hacen de Central. Porque todo entra por los ojos y vos ves
que ahora los pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o a Ñul y ya
se hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época, los pendejos son más
materialistas, yo no sé si es la televisión o qué, pero la cosa es que se van
de boca con los edificios.
Entonces la cosa estaba clara, había que secuestrar al
viejo Casale, o sino aguantarse que quince, veinte años depués, hoy por
ejemplo, la ciudad estuviese llena de lepra sos nacidos después de ese partido,
y esto hoy ¿sabés lo que sería? Beirut sería un poroto al lado de esto, hermano
te juro.
El que organizó la “Operación Eichmann”, como lo llamamos,
fue el Colorado. La llamamos así por ese general aleman, el torturador, que se
chorearon de acá una vez los judíos ¿viste? y lo nuestro era más o menos lo
mismo. El Colorado es un tipo muy cerebral, que le carbura muy bien el bocho y
él organizó todo. El Colorado ya no estaba par ese entonces en la O.C.A.L.. La
O.C.A.L., no sé si sabés es una organización de acá, de Rosario, que se llama
así porque son iniciales, O.C.A.L “Organización Canalla Anti Lepra”. Son un
grupo de ñatos como el Ku-Klux-Klan, más o menos, que se reúnen en reuniones
secretas y no sé si no van con capucha y todo a las reuniones, o si queman
algún leproso vivo en cada reunión. Mirá yo no sé si es requisito indispensable
ser hincha de Central, pero seguro seguro, lo que tenés que hacer es odiar a
los lepra. Tenés que odiar más a los lepra que lo que querés a Central.
Hacen reuniones, escriben el libro de actas, piensar
maldades contra los lepra, festejan fechas patrias de partidos que les hemos
ganado, tienen himnos, son como esos tipos los masones esos, que nadie sabe
quiénes son. Andan con antorchas. Bueno, de la O.C.A.L., de la O.C.A.L. al
Colorado lo echaron por fanático, con eso te digo todo pero es un bocho el
Colorado y él fue el que organizó todo el operativo.
Y te la cuento porque es linda, te la cuento porque es
linda, no sé si un día de estos no aparece en el “Selecciones” y todo.
Averiguamos qué ómnibus iba para Villa Diego, adonde tenía la quinta el hermano
del viejo Casale. Desde donde vivía el viejo, ahí por San Juan al mil cuatro
cientos, lo único que lo dejaba en ese entonces, si mal no recuerdo, era el 305
que pasaba por la calle San Luis. O sea que el viejo tenía que tomarlo en San
Luis-Paraguay o San Luis-Corrientes, no más allá de eso a menos que fuera muy
pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño que no sé para qué mierda iba a
hacer eso. Ahora, la. duda era si el viejo se iba a ir en ómnibus o en auto,
porque si se iba en auto nos recagaba, pero nos jugábamos a que se iba a ir en
ómnibus porque auto no tenía y seguro que el hermano tampoco tenía porque debía
ser un muerto de hambre como él, seguramente. Y te digo que la cosa venía
perfecta, porque el viejo nos había dicho que iba a salir bien temprano para no
infartarse con las bocinas o sea que nosotros podíamos combinarlo con el
horario de salida nuestra para el partido. Porque también nos cagaba si salía a
la una de la tarde para Villa Diego porque después ¿cómo llegábamos nosotros a
Buenos Aires para la hora del partido con el quilombo que era la ruta y en un
ómnibus de línea? Lo más probable es que nos hiciéramos pelota en el camino por
ir a los pedos. Y por otra parte, hermano, Villa Diego queda saliendo para
Buenos Aires o sea que la cosa estaba clavada, era posta posta.
Después hubo que hablar con los otros muchachos, porqu e
convencer al Rulo no nos costó nada, a él le daba lo mismo y, además, le
contamos los entretelones del asunto. Te digo que el Colora manejó la cosa como
un capo, un maestro. El asunto era así, el Rulo es un fana amigo de Central que
tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y en esa época tenía un par de
coches en la línea 305. Fue un ojete así de grande, porque si no teníamos que
conseguir otro coche, cambiarle el color, pintarlo, qué sé yo, ponerle el
número, un laburo bárbaro. Pero el Rulo tenía dos 305 y con uno de ésos ya
tenía pensado pirarse para el Monumental el día del partido y más bien que se
llevaba como mil monos que también iban para allá. Lo sacaba de servicio y que
se fueran todos a la reputísima madre que los parió, no iba a perderse el
partido ese.
Entonces, el Rulo, con los monos arriba Y nosotros, tenía
que estar con el ómnibus preparado, el motor en marcha, por España,
estacionado. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo en un
boliche de ahí cerca desde donde veían la puerta de la casa del viejo Casale.
Creo que a las cinco, nomás, de la matina, ya estaba el Miguelito apostado en
el boliche haciéndose el boludo y junando para la casa del viejo. Te juro que
ni los tupamaros hubieran hecho un operativo como ése, hermano. Fue una maravilla.
Apenas vio que salía el viejo con una canastita donde
seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso, el pobre viejo, el
Miguelito cazó una Vespa que tenía en ese entonces, dio la vuelta a la manzana
y nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los
últimos asientos y nos pusimos en marcha.
Ya les habíamos dicho a tres o cuatro pendejos, de esos
quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sotas, que no dijeran ni
media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también, para que no
nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros, haciéndonos los
dormido, incluso con la cara tapada con algún pulover, como si nos jodiera la
luz, o con algún piloto.
Te digo que el día había amanecido frío y lluvioso, como la
otra fecha patria, el 25 de Mayo. Además, el quilombo había sido guardar y
esconder todas las banderas, las cornetas, las bolsas con papelitos, los
termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la gran puta que
medía 52 metros ¡52 metros, loco! Media cuadra de bandera que decía “Empalme
Graneros presente” y tuvimos que meterla debajo de un asiento para que el.
viejardo no la vichara.
La cosa es que el viejo subió medio dormido y se sentó en
uno de los asientos de adelante que ya habíamos dejado libre a propósito para
que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y todo. Y nadie se hablaba
como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba haciendo el recorrido
normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la ventanilla. La cuestión es
que llegamos a Villa Diego y el viejo tranquilo. Cada tanto, cuando nos pasaba
algún auto con banderas en el techo, tocando bocina, el viejo miraba a los que
tenía cerca y movía la cabeza como diciendo “¡Mirá vos!”.
Se ve que tenía unas ganas de hablar pero nadie quería
darle mucha bola para no pisarse en una de ésas. Así que nos hacíamos todos los
dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus hermano. Como
cuando se muere algún ñato ¿viste? que se queda a apoliyar en el auto con el
motor prendido y lo hace cagar el monóxido de carbono, creo. Bueno, así parecía
que a nosotros nos había agarrado el monóxido de carbono. Pero, cuando llegamos
a Villa Diego, por ahí el viejo se levanta y le dice al Rulo “En la esquina,
jefe.”. Y yo no sé qué le dijo el Rulo, algo de que ahí no se podía parar, que
estaba cerrado el tráfico, que había que seguir un poco más adelante y el viejo
se la comió, pero se quedó paradito al lado de la puerta. Al rato, por
supuesto, de nuevo el viejo, “En la esquina”. Ahí ya el Rulo nos miró, porque
se le habían acabado los versos. Y ahí, hermano... ¡vos no sabés lo que fue
eso! Fue como si nos hubiésemos puesto todos de acuerdo y te juro que ni
siquiera lo habíamos hablado. Empezaron los muchachos a desplegar las banderas,
a sacar las cornetas y las banderas por la ventana, y a los gritos, hermano,
“¡Soy canalla, soy canalla!” por las ventanas.
Pero no para el lado del viejo, el pobre viejo, que la cara
que puso no te la puedo describir con palabras, sino para afuera, porque los
grones, con lo quilomberos que son, se habían ido aguantando hasta ahí sin
gritar ni armar quilombo para no deschavarse con el viejo, pero cuando llegó el
momento agarraron las banderas, empezaron a sacar los brazos y golpear las chapas
del costado del ómnibus y también el Rulo empezó a seguir el ritmo con la
bocina.
¿Viste esas películas de cowboy, cuando los choros van a
asaltar una carreta donde parece que no hay nadie, o que la maneja nada más que
un par de jovatos y de golpe se abren los costados y aparecen 17.000 soldados
que los cagan a tiros? ¿Que levantan la lona y estaban todos adentro haciéndose
los sotas? Bueno, ese ómnibus debió ser algo así. De golpe se transfonnó en un
quilombo, un escándalo, una de gritos, de bocinazos, cornetas, una joda. ¡Y la
gente al lado de la ruta! Porque desde la madrugada ya había gente a los
costados de la ruta esperando que pasaran las caravanas de hinchas. Era para
llorar, eso, conmovedor, te saludaban, gritaban, levantaban los puños, por ahí
algún lepra, a las perdidas, te tiraba un cascotazo... Pero vuelvo al viejo, el
viejo, no sabés la caripela que puso. Porque nosotros lo estábamos mirando
porque decíamos: éste es el momento crucial. Ahí el viejo o cagaba la fruta, el
corazón se le hacía bosta, o salía adelante. El viejo miraba para atrás, a
todos los monos que saltaban y cantaban y no lo podía creer. Se volvió a sentar
y creo que hasta San Nicolás no volvió a articular palabra. Te digo que el
Rábano, el hijo de la Nancy ya se había ofrecido a hacerle respiración boca a
boca llegado el caso, que era algo a lo que todos, mal que mal, le habíamos
esquivado el bulto porque, qué sé yo, te da un poco de asco, además con un
viejo.
Pero mirá, te la hago corta. Mirá, cuando el viejo ya vio
que no había arreglo, que no había posibilidad de que lo dejáramos bajar del
ómnibus, se entregó, pero se entregó entregó. Porque, al principio, nosotros
nos acercamos y nos reputeó, nos dijo que éramos unos irresponsables, unos
asesinos, que no teníamos conciencia, que era una,verguenza, qué sé yo todo lo
que nos dijo. Pero después, cuando nosotros le dijimos que él estaba perfecto,
que estaba hecho un toro, que si se había bancado la sorpresa del ómnibus
quería decir que ese cuore se podía bancar cualquier cosa, empezó a
tranquilizarse. El Colorado llegó a decirle que todo era una maniobra nuestra
para demostrarle que él estaba perfectamente sano y que incluso el médico
estaba implicado en la cosa.
Mirá hermano, y creéme porque es la pura verdad ¿qué
intención puedo tener en mentirte, hoy por hoy? mucho antes ya de entrar en
Buenos Aires ese viejo era el más feliz de los mortales, te lo digo yo y te lo
juro por la salud de mis lujos. El viejo cantaba, puteaba, chupaba mate, comía
facturas, gritaba por la ventana y a la cancha se bajó envuelto en una bandera.
No había, en la hinchada, un tipo más feliz que él. Vino con nosotros a la popu
y se bancó toda la espera del partido, que fue más larga que la puta que lo
parió y después se bancó el partido. Estaba verde, eso si, y había momentos en
que parecía que vos lo pinchabas con un alfiler y reventaba como un sapo,
porque yo lo relojeaba a cada momento. Y después del gol del Aldo, yo lo
busqué, lo busqué porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la
mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los
abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el lado del viejo y
lo vi abrazado a un grandote en musculoso casi trepado arriba del grandote,
llorando. Y ahí me dije: si éste no se murió aquí, no se muere más. Es
inmortal. Y después ni me acordé más del viejo, que lo que alambramos, lo que
cortamos clavos, los fierros que cortamos con el upite, hermano, ni te la
cuento. Eso no se puede relatar, hermano, porque rezábamos, nos dábamos
vueltas, había gente que se sentaba entre todo ese quilombo porque no quería ni
mirar. Porque nos cagaron a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la
tenían siempre ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Qué si nos
empataban nos ganaban, hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos
de puta! ¡Nos empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a hacer
refocilar el orto porque estaban más enteros y se venían como un malón los
guachos! ¡Qué manera de alambrar! Decí que ese día, Dios querido, yo no sé que
tenía el flaco Menuttl que sacó cualquier cosa, sacó todo, vos no quieras creer
lo que sacó ese día ese flaco enclenque que parecía que se rompía a pedazos en
cada centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos todos
adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco
ése ¡qué pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco
minutos y si nos empataban, te repito, éramos boleta en el suplementario. Me acuerdo
que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco, pálido, con los ojos
desencajados, pobrecito, pero vivo. Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría
que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una hijaputez lo que
hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me
contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el
referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de puta
casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por
terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en
palabras. Te digo que me, gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como
lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la
cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como
lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese
viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su
vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante!
Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el
pobre viejo, un poco que todos pensamos; “¡qué importa!” ¡Qué más quería que
morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir
viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba
viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más
vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos,
al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto
de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro,
lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano!
Yo elijo ésa.